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José Lázaro

Publicado en El Mundo, 21 de febrero de 2022

No dejan de llegarnos, gota a gota, detalles impactantes sobre Santiago, el adolescente de Elche que mató a sus padres y a su hermano. Poco se puede todavía decir, pues se trata de un menor y el juez ha decretado secreto de sumario. Casi todas las crónicas periodísticas (única información disponible por ahora) destacan la trivialidad del motivo (declarado por el propio chico) y la frialdad de su conducta: tras cometer los crímenes se preparó tranquilamente la cena y siguió con sus videojuegos. Sabía que le esperaba la reclusión en un centro de menores y decidió que, al menos esos días que pasó con los cadáveres en el cobertizo, «quería estar tranquilo». Igual de tranquilo e indiferente estaba cuando enseñó a su tía la foto de los muertos y cuando declaró ante la policía sin la menor emoción ni remordimiento.

Hay una impresión generalizada de que Santiago tiene que padecer un grave trastorno mental. Es muy probable que así sea, y en ese caso los peritos que ya lo están evaluando tendrán que hacer el diagnóstico diferencial entre los distintos cuadros que pueden dar lugar a actos violentos, ya sean de tipo psicopático, psicótico, de origen orgánico (como algunas lesiones cerebrales) o provocados por consumo de tóxicos. Con los escasos datos publicados sería una insensatez temeraria hacer especulaciones sobre eso.

Aún no había pasado una semana desde el crimen de Elche cuando se publica la sentencia de otro que tiene importantes aspectos en común y también grandes diferencias. Un jurado popular en la Audiencia Provincial de Lugo ha declarado a Ana Sandamil culpable por la muerte de su hija de 7 años, Desirée Leal, asfixiándola tras haberle administrado un psicofármaco. Aunque la defensa pedía la libre absolución por razones psiquiátricas, el proceso mostró que la madre había actuado con plena consciencia. La enfermedad mental grave fue rechazada por unanimidad del jurado, que por ocho votos contra uno admitió la posibilidad un trastorno de personalidad parcial y no muy importante. Sobre el móvil no parece haber muchas dudas: lo hizo como venganza contra su ex pareja y padre de la niña, que había solicitado la custodia compartida.

De todos los instrumentos conceptuales que conozco para analizar los problemas de la violencia pienso que el más fructífero es el que distingue, entre sus múltiples formas, dos categorías que permiten englobarlas todas: la violencia personal y la genérica. Fue planteada por el psiquiatra Enrique Baca en libros como Las víctimas de la violencia y La guerra contra la violencia. En ellos se considera como formas de violencia personal aquellas que se producen entre conocidos, generalmente a causa de la relación que hay entre ellos; es el caso de la violencia emocional (por ejemplo, una mujer que agrede a su marido por celos, o el contrario, mucho más frecuente) y la doméstica (que incluye todas las agresiones entre miembros de la misma familia). Por el contrario, la violencia genérica, como su nombre indica, se dirige contra desconocidos que pertenecen a un cierto grupo: es la de los nazis que quieren exterminar al género judío, la de los hutus que intentaron exterminar a los tutsis, la del Ku Klux Klan contra los negros o la de los franquistas que paseaban a los acusados de pertenecer a los géneros «rojo» o «masón». Las formas más evidentes de violencia impersonal o genérica son las que se derivan de ideologías y creencias, ya sean religiosas, políticas, raciales… En ellas el agresor no tiene nada personal contra la víctima, a la que ni siquiera conoce: dispara, en realidad, contra el uniforme que identifica al enemigo, sin saber nada de la persona que está dentro.

La extraordinaria utilidad de esta distinción se comprueba cuando se quieren analizar los diferentes tipos de violencia que pueden ocultarse (o pueden coexistir) tras la apariencia de un determinado crimen. Sin olvidar que algunos tipos de violencia pueden ser personales o no según los casos, como por ejemplo la sexual: un violador puede elegir como víctima a una desconocida o a una amiga de toda la vida, incluida su propia pareja. En su primer brote de violencia psicótica, Noelia de Mingo fue acuchillando a todo el que se encontraba por el pasillo, de forma tan impersonal como azarosa. En el segundo atacó concretamente a una cajera del supermercado con la que había tenido una discusión poco tiempo antes.

En el crimen de Elche pueden plantearse dudas sobre su carácter patológico o no (todo apunta a que sí), pero no hay duda alguna de que tiene carácter personal. Santiago no mató a su madre por pertenecer al género madre ni al género mujer, sino porque le había llamado vago y le iba a quitar su mayor pasión: la consola de videojuegos. Los otros dos crímenes los presenta como consecuencia del primero: a su hermano asegura haberlo matado para que no lo delatara y la razón que da para el asesinato de su padre es tan banal como en el caso de su madre: para evitar que le riñese. Tal vez el peritaje psiquiátrico aclare lo que hay tras tan asombrosas declaraciones. En cualquier caso, nada hay de genérico en los crímenes, todas las razones son personales.

Aunque sea una mujer la asesina y la víctima su hija, algo análogo ocurre con el caso sentenciado en Lugo. La enfermedad mental ha sido descartada por el jurado, contra el criterio de la defensa. El acto tenía un carácter doblemente personal: en la agresión a la hija y en la intención de hacer daño a su padre. Tampoco tiene nada de genérico este género de violencia, en la que se da un fuerte componente emocional (¿o de carencia patológica de emociones?).

La importancia que tiene la diferencia entre formas de violencia personales y genéricas se puede ver en las varias fases por las que ha pasado la investigación sobre el asesinato en Alcorcón de la joven Denisa Dragan. Fue apuñalada por Rocío Martínez, que tenía unos violentos celos retrospectivos, pues su pareja en aquel momento, Mario Tabanera, lo había sido antes de Denisa. Rocío Martínez, con un largo historial de adicciones y agresiones, está encarcelada desde que cometió el crimen en 2018.

Sobre lo que hay versiones contradictorias es sobre el papel de Mario Tabanera. En su primera declaración a la policía aseguró que había llevado a Rocío hasta el lugar del crimen, pero que la dejó allí y no sabía nada más. Una vecina que fue testigo del crimen declaró que fueron dos personas las que salieron corriendo tras el apuñalamiento.

Cinco meses después del asesinato Mario tenía una nueva novia, «Jennifer», a la cual confesó que él había sujetado a Denisa mientras Rocío la apuñalaba. La compañera de celda de la agresora aseguró que ella le había dicho: «La que puso el cuchillo fui yo, pero él estaba conmigo… Él fue el que me obligó a hacerlo (…). Yo fui con él, él me dijo donde vivía, él me acompaño, estábamos los dos».

Un año después del crimen, Mario ingresó en prisión como presunto coautor de los hechos. A consecuencia de ello el caso pasó a los juzgados de Violencia contra la Mujer, pues se había convertido en un «crimen de género», es decir, impersonal.

En febrero de 2020, la titular del Juzgado de Violencia sobre la Mujer número 1 de Alcorcón no aprecia participación directa del ex novio y retira los cargos contra él; la causa vuelve a su juzgado de Instrucción original. Tres meses más tarde, la Audiencia Provincial corrige a su vez al Juzgado de Violencia contra la Mujer de Alcorcón y vuelve a imputar a Mario (que ha dado de los hechos varias versiones contradictorias)…

Hay muchos géneros de violencia, al menos nueve: la utilitaria (delincuencia), creencial (o ideológica), emocional, doméstica, de pareja, sexual, placentera, patológica, machista… Y en cada caso concreto pueden mezclarse dos o más de estos tipos teóricos. El principal criterio para distinguir unas de otras es probablemente el de su carácter personal o genérico.

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