Por José Lázaro
Publicado en Babelia, El País, 10 de febrero de 2018, p. 8
La fuerte hegemonía de la historia social centró el estudio del pasado en las condiciones objetivas de la realidad, pero en las últimas décadas los planteamientos historiográficos se han diversificado, atendiendo a las múltiples dimensiones humanas. Se ha ampliado así el estudio histórico a las condiciones subjetivas de la experiencia personal, dando lugar a corrientes como la “Historia de las emociones”, en la que se inscribe este libro. Su objetivo es vincular, en cada época, las modulaciones culturales de los afectos y los cambios sociopolíticos paralelos, para mostrar el modo en que la historia modifica las emociones y estas a su vez orientan las acciones humanas.
Promesas incumplidas se centra en Francia, siglos XVIII-XIX. Con fuentes de archivos, materiales literarios y bibliografía historiográfica intenta demostrar que emociones como “la ira, la envidia, el resentimiento, el miedo, la indignación, la desesperanza, la envidia, los celos o el amor forman parte de la cultura del desasosiego que venía motivada, antes que nada, por la fractura de las relaciones de confianza” que en aquellos años “ya no podían basarse en el honor o en la amenaza de la fuerza”. Las novelas de Balzac o de Stendhal, por ejemplo, reflejan mutaciones emocionales como las de la ambición, que pierde toda consideración positiva y se convierte en paradigma de las “pasiones imaginarias” destructoras de sentimientos naturales como el amor. Esta nueva valoración de emociones básicas reflejaría la reacción, tras 1789, contra “el enaltecimiento del egoísmo defendido por la Ilustración”.
El autor de la obra, Javier Moscoso, licenciado en filosofía, ha hecho su carrera académica en Norteamérica, Francia, Alemania e Inglaterra. Se consagró con el libro Historia cultural del dolor, publicado inicialmente en español (Taurus) e inglés (Palgrave, Macmillan), premiado después en la traducción francesa. Sus temas de investigación han sido ciertamente envidiables: la historia de los monstruos, de la piel, del dolor y de las emociones. Trabaja en la actualidad sobre historia de los dientes y del columpio (ese curioso artefacto que se encuentra en parques infantiles, jardines aristocráticos y burdeles sofisticados). Sus temas le han acercado a la Historia de la Medicina, pero se ha mantenido lejos de la escuela española de historiadores médicos, que tras un período brillantísimo —con figuras como Laín Entralgo y Diego Gracia— se ensimismó en un academicismo funcionarial que la hizo irrelevante para la cultura española.
En la pujante comunidad internacional dedicada a la Historia de la emociones hay actualmente una tendencia minoritaria que defiende el universalismo (las emociones básicas serían las mismas en todos los seres humanos) frente a otra, mayoritaria, favorable al constructivismo (todas las emociones son construcciones sociales diferentes en cada contexto histórico). Moscoso también se inclina hacia esa segunda postura, como se ve, por ejemplo, en su rechazo (en mi opinión, excesivo) al uso que hace Norbert Elias del concepto “civilización”, o al de “resentimiento” en Marc Ferro. Pero los propios materiales que su libro recoge, analiza y expone en una cuidada escritura, muestran una vez más la esterilidad de polémicas como esa. No se entienden las emociones humanas si se ignora su fuerte carga de constantes biológicas, pero tampoco si se desprecia la peculiaridad cultural y personal específica de cada una de ellas.