Por José Lázaro
Publicado en Todo Literatura, 19 de septiembre de 2019
En las páginas iniciales del último libro que piensa escribir en su vida (La peor parte. Memorias de amor), con sinceridad evidente, Savater dice de sí mismo: “Por modesto que sea sin duda mi talento, soy escritor, no un junta letras aficionado”. “Escritor menor, incluso un escritor menor… de segunda fila”. Lo hace sin falsa modestia y con la intención explícita de ponerse la venda antes de la herida, pues la cima que se ha propuesto escalar no es precisamente para alpinistas aficionados: escribir doscientas treinta páginas de amor y lágrimas sin caer en la cursilería. Pero es que “cuando se es escritor, ¿puede uno conformarse con llorar?”
————————————————————————————————————————————————————————
La peor parte. Memorias de amor es un largo capítulo que cierra el mejor libro previo de Savater (Mira por dónde. Autobiografía razonada) y a la vez clausura de forma definitiva, por decisión propia, la totalidad de su obra. Ambos libros juntos (o ambas partes de este libro iniciado en 2003 y concluido en 2019) reúnen de forma afortunada los respectivos aciertos (sin los lastres) de las dos grandes series en que podemos dividir todos los libros que Savater ha escrito en su vida (y de los que a éste, si no me falla la cuenta, le corresponde precisamente el número 100).
La primera de esas series, la que le ha dado más prestigio y lectores, está formada por la gran mayoría de ese centenar de libros publicados, que consiste en ensayos y recopilaciones de artículos. Desde Nihilismo y acción (1970) hasta Contra el separatismo (2017) esos ochenta volúmenes (aproximadamente, un recuento preciso es imposible) recogen casi 50 años de librepensamiento que, previamente expuesto en conferencias, periódicos y revistas, constituyen el legado del Savater que todo el mundo conoce: el ensayista ingenioso, ameno, agudo, incisivo, polémico, exitoso.
La segunda serie, muy querida por él pero poco apreciada por el público y la crítica, consta de media docena de novelas, otras tantas obras teatrales y algún libro de cuentos. La mejor de esas novelas, en mi opinión, El jardín de las dudas (1993), es en realidad una biografía de Voltaire construida sobre escritos suyos a los que les da un formato epistolar y una trama añadida por razones editoriales: un libro híbrido, por tanto, como lo serán posteriormente los dos volúmenes autobiográficos. Pero las hijas predilectas de su autor, por razones que explica bien La peor parte, son las puras novelas de acción, intriga, fantasía y aventuras: Caronte aguarda, El gran laberinto, La hermandad de la buena suerte o Los invitados de la princesa. Y es curioso, aunque no paradójico, que cuando los mismos críticos que ignoraron estas novelas tuvieron que elegir los mejores ensayos españoles del siglo veinte, incluyeron en la lista de forma muy destacada La infancia recuperada (1976), el libro que realmente consagró al joven Savater, en el que exponía sus ideas sobre las novelas de acción, intriga, fantasía y aventuras que siempre le han apasionado. Un caso más, como tantos que registra la historia, de un escritor que triunfa en un género literario distinto del que a él realmente le gusta.
La feliz síntesis de cualidades que adornan tanto la Autobiografía razonada como las Memorias de amor (de tono opuesto, por la situación e intención con que fueron escritas) se debe al equilibrio que han conseguido entre lo narrado, lo sentido y lo pensado. Son libros en que se cuenta una historia: la vida de su autor (en la primera la parte buena y en la segunda la mala, con recuerdos de la mejor); pero a la vez se reflexiona agudamente sobre ella y se enriquecen —narración y reflexión— con una escritura fluida y cuidada que consigue transmitir brillantemente la intensidad emocional de lo que allí se narra y sobre lo que allí se piensa.
El fuerte peso narrativo de Mira por donde y de La peor parte permiten considerarla(s) como novela(s), dado el amplio sentido que ha adquirido el término desde principios del siglo veinte. Se trata, además, de una novela (sin duda, ahora sí, la mejor de Savater) encuadrable en un subgénero de moda: la autoficción. Pero aporta a este subgénero una curiosa peculiaridad: de todas las que yo he leído, esta es una de las novelas de autoficción en que está más ausente la ficción. De hecho, lo que resulta más impactante de La peor parte es la falta de cualquier mecanismo de distanciamiento entre el narrador y lo narrado: si el texto se lee de un tirón, como suele ocurrir con un buen relato, es porque gran parte de su fuerza procede de la espléndida ausencia de pudor con que el narrador desnuda su intimidad y la expone, en carne viva, ante el lector.
Pero a lo largo de la historia narrada no dejan de aparecer las reflexiones: ¿Cómo es posible perder todas las ganas de vivir sin llegar a tener las suficientes ganas de morir? ¿Por qué tiene tanto prestigio la elaboración del duelo —que todo el mundo, empezando por Freud, considera un ejercicio saludable— si de hecho es una traición a la pérdida que lo ha desencadenado? ¿Cómo soportar a la masa de imbéciles que se empeñan en preguntarte ‘cómo estás’ cuando son obviamente incapaces de admitir una respuesta sincera? ¿Puede el auténtico amor darse sin ese “abandono delicioso y atroz a lo que no somos como si lo fuéramos” que hace del amado algo irremplazable y por tanto del amor perdido algo irremediable? Y es en la búsqueda de respuestas a tales preguntas donde vuelve a brillar el Savater por todos conocido.
Ahora que su obra está completa serán los profesionales de la literatura los que tendrán que deliberar sobre la valoración que hace de ella el más feroz de sus críticos: él mismo. (Seguramente no los leerá, despreciando como desprecia a los despistados que se empeñan en escribir sobre escritores menores de segunda fila). Pero al terminar la lectura de La peor parte se alegra uno de no tener que reseñarla. Porque lo que te pide el alma es volver a empezarla. Y lo menos apetecible sería hacerle una crítica literaria.