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José Lázaro

El triunfo del pensamiento mágico

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Publicado en Espacios inseguros (web desaparecida), el 20 de enero de 2019

El hecho de que Franco tuviese siempre cerca el brazo incorrupto de santa Teresa es un indicio más de lo importantes que son las reliquias. Cuenta Gustave Le Bon en un libro muy serio, publicado hace un siglo, que en la Catedral de Oviedo le enseñaron un cofre, transportado en un instante desde Jerusalén por el aire, que contenía, entre otras cosas, leche de la Madre de Cristo, cabello del que la Magdalena empleó para enjuagarle los pies al Señor, la vara con que Moisés dividió las aguas del Mar Rojo y la cartera de San Pedro. No he conseguido que mis amigos asturianos me confirmen si pueden todavía verse allí esas maravillas, con lo que no puedo asegurar si el testimonio de Le Bon es auténtico o postauténtico. 

Lo cierto es que el cerebro de Pedro Sánchez — que, según dicen los sanchezólogos, se llama Iván Redondo— ha demostrado ser de altísima gama. Sabe muy bien cómo funciona el pensamiento mágico, del que ha aplicado magistralmente dos de sus leyes más importantes: que un fragmento de algo permite actuar sobre ese algo y que pronunciar o no el nombre de una cosa afecta a la existencia misma de la cosa. 

La primera es la que explica que el brazo de santa Teresa permita conectar directamente con los superpoderes de la santa y hacer por tanto uso de ellos en beneficio propio. También, por el contrario, en caso de hostilidad, quemar una foto del enemigo, o destrozar su estatua, es una forma de hacerle daño, incluso aunque sea póstumo. Pero la acción (benéfica o dañina) es mucho más intensa si a la representación le añadimos un objeto que haya estado en contacto directo con el cuerpo representado, e incluso mejor un fragmento o un producto del cuerpo mismo: unos cabellos, lágrimas, gotas de sangre, huesos, cenizas… Podemos honrar a un héroe o dañar a un enemigo a través de un retrato o un muñeco que se le parece, pero el efecto será mucho más intenso si al muñeco podemos adherirle esos restos de su cuerpo. Por eso son tan importantes los huesos de santo. O de demonio. 

Los últimos cantos de La Ilíada están centrados en el cadáver de Héctor: Aquiles quiere seguir sometiéndolo a vejaciones, porque su odio no se ha saciado al matarlo; pero Príamo, padre de Héctor, quiere recuperar los restos de su hijo con el fin de celebrar honras fúnebres y luego darle pagana sepultura. El mismo tema da lugar al conflicto de Antígona: el tirano ha decretado que el cuerpo de su hermano sea arrojado a los perros, pero ella está dispuesta a morir con tal de darle antes un honroso entierro. Es sabido que si no se da sepultura a alguien como es debido, su alma sigue vagando en pena hasta que se haga. Quienes recuerden como acaba la tragedia de Antígona no podrán quitar importancia al asunto de los huesos de Franco.  

Más clara es todavía la relación entre el nombre y la cosa nombrada, pues todos la aplicamos cada día. Nos molesta que un conocido olvide nuestro nombre, pues con ello está expresando el escaso aprecio que nos tiene, pero en cambio olvidamos el de un amigo del alma cuando queremos borrarlo de la existencia y pasamos a llamarle “esa persona a la que usted se refiere”, lo que nos evita el tener que nombrarlo. Insultar o maldecir es una forma mágica de usar el lenguaje para dañar a alguien que despreciamos. Saludar a alguien por su nombre sonriendo es una forma de transmitirle aprecio y buenos deseos. Decir “España” o “Estado español”, “Euskal Herria” o “Vascongadas”, connota simpatías o antipatías ideológicas hacia la entidad política nombrada. Hay que tener mucho cuidado al hablar en público de a quién se nombra y a quien se obvia entre los presentes. Por eso no es lo mismo que la Constitución hable de “ciudadanos” o de “ciudadanos, ciudadanas y ciudadanes”, con el fin de incluir explícitamente a varones, mujeres e intersexuales. 

España (o el Estado, elija cada lector lo que prefiera) tiene, a principios de 2019, problemas de los que pocas alegrías puede esperar un gobierno a corto plazo: la deuda externa sigue siendo elevadísima, las heridas de la crisis económica aún no han cicatrizado, en los colegios y en la radiotelevisión catalana sigue impartiéndose Formación del Espíritu Nacional, el número de africanos, orientales y latinoamericanos que desean instalarse en Europa es, según estimaciones de algunos sociólogos, aproximadamente igual al número de europeos… Y sin embargo se ha conseguido desde La Moncloa que los españoles nos dediquemos a discutir con pasión sobre los huesos de un asesino en serie que murió hace más de cuarenta años y sobre si el lenguaje debe ser inclusivo o exclusivo. 

Podría pensarse que ello confirma la famosa afirmación de Valery: “La política es el arte de evitar que la gente se ocupe de las cosas importantes”. Pero en realidad se trata de algo que es mucho más importante: pone en evidencia hasta qué punto todos seguimos siendo marionetas movidas por los hilos de nuestro pensamiento mágico de cada día. 

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