Publicado en Jot Down, 10 de julio de 2023
Hace años se usaba bastante la expresión “del género idiota”, que aún se escucha, con menor frecuencia. También están documentadas en los registros académicos “del género estúpido” o “del género imbécil”. Las variantes que recoge el diccionario de la RAE son “del género bobo, o tonto”.
En cualquier caso, habría que adaptar la expresión a los actuales usos del habla, lo que nos daría un interesante resultado: “Idiotas de género” (por quedarnos con la primera opción). Podemos definir al idiota de género como aquel que, ante la complejidad de lo real, reduce sus múltiples componentes a uno solo, con el fin de que las cosas se ajusten al tamaño de su entendimiento. Y a continuación, como idiota es, pero no desinteresado, se pone a hacer caja con el resultado de su reducción. Contra los idiotas de género ya advirtió la duquesa al gobernador de la Ínsula Barataria: “Mirad, Sancho, que por un ladito no se vee el todo de lo que se mira”. Definición cervantina del idiota de género: aquel que mirando solo un ladito cree ver el todo de lo que mira.
En el año 1977 George Engel introdujo en medicina el modelo biopsicosocial, cuyo éxito se explica porque es de puro sentido común: sostiene que la conducta humana responde a una compleja articulación de factores entre los que se pueden distinguir tres tipos de diferente origen: los biológicos o naturales, los psicológicos o personales y los sociales o culturales. Es difícil distinguir en cada uno de nuestros actos el papel que tienen unos u otros, pues desde su raíz misma están fundidos para dar lugar a una acción unitaria. Es imposible medir el peso de cada uno de los tres, pero es obvio (aunque los sectarios lo nieguen) que todos intervienen decisivamente en nuestra conducta. De hecho, se podría definir “acción humana” como aquella que está esencialmente formada por una inseparable articulación de factores biológicos, personales y sociales.
El modelo biopsicosocial es un buen punto de partida para una útil distinción entre idiotas de tres diferentes géneros:
El idiota del género bio es el que sostiene, por ejemplo, que todo acto de violencia tiene una causa puramente genética. Piensa (o, mejor dicho, cree) que el cerebro nace, no se hace. Como siempre, en el ladito que él ve hay datos en los que puede apoyarse: se ha constatado, por ejemplo, la mayor tendencia a la violencia de los varones con el síndrome de Jacobs (un trastorno genético producido por un cromosoma Y extra que da como resultado XYY). La solución contra la violencia, según los idiotas del género bio, sería aumentar el presupuesto y los recursos para los estudios biológicos, y fomentar especialmente la formación con perspectiva biológica de policías y jueces. Solo así se logrará por fin descubrir el gen de la violencia, como el del alcoholismo o el de la promiscuidad. (Por supuesto hay también idiotas del género bio cuyo negocio no es la genética, sino la fisiología, la bioquímica o la endocrinología).
El idiota del género psico sostiene, por ejemplo, que la violencia se extinguirá cuando se descubran los conflictos sexuales infantiles que, reprimidos al inconsciente, son la auténtica —y única— causa de la violencia (conocí a un psicoanalista que sostenía exactamente eso sobre la enfermedad de Alzheimer). Estos piensan (perdón, quería decir creen) que la agresividad no nace en absoluto, toda se hace biográficamente. Hay variantes que en lugar de conflictos sexuales postulan madres emocionalmente patógenas, otros tipos de traumas infantiles, mecanismos familiares de aprendizaje mórbidos, etc. La solución, naturalmente, sería aumentar el presupuesto y los recursos para los estudios de psicogenia y fomentar, especialmente, la formación con perspectiva psicológica de policías y jueces.
El idiota del género social es el que, por ejemplo, atribuye la causa única de la violencia a la educación competitiva, cree que llegamos al mundo como una tabla rasa y la mente humana —a la que ve poca relación con el cerebro— no nace, se hace a través de la cultura. Todo procede del ambiente y todo puede ser modificado por la educación. La solución contra la violencia, evidentemente, sería aumentar el presupuesto y los recursos para los estudios colaborativos y fomentar, especialmente, la formación con perspectiva sociopedagógica de policías y jueces. Esta tercera variante es en la actualidad, por circunstancias políticas, un floreciente negocio.
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Los peligros del reduccionismo se ven especialmente claros en el tema de la violencia, que es una de las conductas humanas cuya complejidad se debe a sus múltiples factores. Hay muchos géneros de violencia que, en un análisis teórico, muestran claramente lo que tienen en común y lo que los diferencia. El atracador que mata al vigilante armado, el terrorista que pone una bomba en una comisaría o el soldado que dispara a otro soldado tienen en común su desconocimiento personal de las víctimas: las matan por razones estrictamente genéricas, porque pertenecen al género “enemigo”. Por el contrario, quien asesina a su pareja (que, tras veinte años de convivencia, le acaba de abandonar por otro), quien organiza el asesinato del rival que le está bloqueando su carrera o quien mata por venganza al asesino de su padre, está ejerciendo un tipo de violencia claramente personal. Y esa distinción entre la violencia genérica y la personal es quizá la más importante para entender cada caso de violencia. En función de ella podríamos esbozar una clasificación provisional de este tipo:
I. La violencia genérica
1. Violencia depredadora
2. Violencia creencial
3. Violencia bélica
II. La violencia personal
4. Violencia emocional
5. Violencia doméstica
6. Violencia de pareja
III. La violencia eventualmente genérica o personal
7. Violencia sexual
8. Violencia placentera
9. Violencia patológica
10. Violencia machista
Quizá la segunda distinción en importancia sea la que existe entre la violencia conductual y la patológica: la delimitación entre los actos violentos que son formas negativas de conducta humana y los que tienen categoría mórbida por ser consecuencia de una enfermedad mental (generalmente psicótica o psicopática, aunque también se han descrito casos de lesiones cerebrales o alteraciones genéticas, como el citado síndrome de Jakob (XYY).
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Una buena clasificación de los distintos géneros de la violencia es un paso necesario para poder analizar después cada ejemplo concreto. Pero en la realidad se mezclan de forma abigarrada los diferentes tipos teóricos y un determinado caso puede tener aspectos hormonales, económicos, emocionales e ideológicos que generalmente se confunden, se superponen, se tapan o se articulan unos con otros. El Informe mundial sobre la violencia y la salud de la OMS (2002) establece: “Ningún factor por sí solo explica por qué algunos individuos tienen comportamientos violentos hacia otros o por qué la violencia es más prevalente en algunas comunidades que en otras. La violencia es el resultado de la acción recíproca y compleja de factores individuales, relacionales, sociales, culturales y ambientales. Comprender la forma en que estos factores están vinculados con la violencia es uno de los pasos importantes en el enfoque de salud pública para prevenir la violencia”.
La abundante legislación española contra la violencia de la que son víctimas las mujeres ha dado resultados deficientes; ello prueba que no hemos llegado a las raíces del problema. Para mejorar esos resultados hay que tomar medidas radicales tras aclarar las múltiples y complejas causas que se ocultan bajo las diversas formas de violencia. Y para eso hay que empezar por hacer un riguroso análisis comparativo de conceptos como violencia de género, violencia sexual, machista, instrumental, placentera, de pareja, emocional, ideológica, patológica, doméstica, religiosa, lúdica, sádica… Cada uno de esos conceptos (que muchas veces se superponen en parte o en todo) alude a un fenómeno distinto, pero entre ellos hay algunos componentes que coinciden y otros que no; esos diversos componentes pueden mezclarse entre sí de muy diversas maneras.
Necesitamos diferenciar de forma clara y distinta, en el plano teórico y conceptual, esos diversos tipos de violencia que aparecen mezclados entre sí, salvo en esos casos puros, que son muy poco frecuentes pero muy útiles para el estudio y en los que hay que apoyarse para afinar la tipología. También debemos distinguir esos casos puros de los mixtos porque lo que puede parecer al principio un ejemplo claro de violencia patológica resulta al final ser violencia instrumental al servicio de un crimen bien enmascarado; o viceversa, lo que aparenta ser un asesinato interesado se revela al final como un acto psicótico. Si no afinamos al máximo el análisis de los diversos elementos que se amalgaman en cada caso real, evitando las etiquetas prematuras, acaban produciéndose confusiones cuyas consecuencias pueden ser trágicas.
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Las consecuencias prácticas de ignorar la mencionada distinción entre las formas de violencia personales y las impersonales (o genéricas) se ven cuando los partidos políticos discuten si hay que decir “violencia familiar” o “violencia de género”; acaban cayendo en un pantano terminológico que lo confunde todo, pues dan la falsa impresión de que se refieren a una misma realidad y solo discuten cuál es la palabra con que debe designarse. La situación recuerda a la polémica causada por el proyecto de ley de Zapatero sobre el matrimonio homosexual: llegó un momento en que no se discutía sobre el contenido de la ley sino sobre la palabra “matrimonio”, que personas conservadoras y religiosas consideraban casi de su propiedad y no admitían que se pudiera aplicar a parejas homosexuales, mientras que estas reivindicaban el término como si implicase una valoración mayor a la de cualquier otro. Análogamente, decir “violencia familiar” o “violencia de género” está llegando casi a ser una señal vacía de significado pero cargada de significación identitaria: con ello se deja claro si soy de los hunos o soy de los hotros.
El hecho es que la violencia familiar incluye muchos casos que, evidentemente, no son violencia de pareja: la agresión de un adolescente contra su abuela o la de una madre que comete infanticidio, por ejemplo. Pero una y otra coinciden en ser claramente personales, como lo es toda la que antes se denominaba “violencia pasional”, término hoy muy cuestionado. Son todos ellos actos de violencia que se dirigen contra una persona muy concreta, con la que de hecho se está conviviendo o se mantiene una relación estrecha, no contra un grupo determinado de personas, como es el caso de la auténtica violencia machista, la única que se puede considerar “de género”, en la que se ataca a la mujer por ser mujer y no por ser una determinada mujer. En este último caso, la violencia es impersonal y por ello se puede considerar genérica, a diferencia de la que se orienta personalmente contra una mujer determinada, con nombre y apellidos, pero no a cualquier otra. Un subgrupo muy claro de violencia genérica, como ya se ha apuntado, es la creencial o ideológica, que es siempre impersonal y colectiva (como la violencia racista), pues se deriva de un determinado sistema de creencias que provoca violencia fanática, sectaria, doctrinal… dirigida contra todas las personas que tienen unas ciertas características por las que pertenecen a un determinado grupo: los judíos, las mujeres, los catalanes, los tutsis, los masones, los negros, los fascistas, los herejes, los homosexuales, los yanquis, los comunistas, los españoles, los infieles…
Es evidente que en la violencia de parejas heterosexuales la mujer casi siempre es la víctima y el hombre el agresor. Pero si queremos aclarar las razones por las que sigue habiendo tanta violencia contra las mujeres y por las que son tan insuficientes las medidas tomadas hasta ahora contra ella hay que reconocer esa diferencia cuantitativa pero hacer un análisis cualitativo de los aspectos comunes y los elementos diferenciales que se encuentran en los distintos tipos de violencia. Y en un análisis cualitativo es fundamental, por ejemplo, considerar las causas de la violencia en parejas homosexuales, donde se pueden excluir las de tipo machista y se pueden por tanto ver con más claridad las de otros tipos.
Pensar que la violencia se puede explicar a través una única causa es como pensar que el cuerpo humano puede funcionar solo con cabeza, tronco o extremidades. Y ese tipo de pensamiento puede tener consecuencias trágicas. Es como si cogiésemos una banqueta de tres patas, le quitásemos dos y después nos sentásemos en ella. Lo más probable es que hiciésemos: ¡Pam!