Publicado en Jot Down, 11 de agosto de 2023
Que un artículo se publique abierto a los libres comentarios de los lectores es una buena forma de democratizar la escritura. Pero la democracia, que casi todos consideramos el menos malo de los sistemas políticos realmente existentes (no de los soñados por el pensamiento utópico) también tiene sus problemas. En este caso uno de ellos es que esos foros abiertos suelen llenarse de banalidades, chabacanerías e insultos gratuitos. Ahora bien, cuando eso no ocurre (y felizmente no ha ocurrido en el caso que motiva esta reflexión, el artículo de María Cabré Solé «La estúpida idea de vivir de la escritura») las opiniones populares pueden convertirse en una espléndida muestra, estadísticamente significativa, de fenómenos psicosociales importantísimos.
El artículo de Cabré cuenta en tercera persona la historia de Natalia, que a los veintidós años acabó la carrera de Derecho con tanto éxito que recibió de inmediato varias ofertas de trabajo, una de las cuales suponía 25 200 euros anuales de entrada. La rechazó para entregarse en cuerpo y alma a su auténtica votación, la literatura. Se encerró, en condiciones precarias y tirando de sus escasos ahorros, a escribir su primera novela. Ocho años después no sabe cómo va a pagar la mensualidad de la habitación que ocupa en un piso compartido, amontona manuscritos que ninguna editorial acepta y escribe artículos literarios, de los que solo ha logrado publicar uno por el que recibió 60 euros. A las buenas palabras con que los editores se la quitan de encima se añaden los consejos que le dan los amigos: mantenerse fiel a la auténtica vocación, trabajar incansablemente hasta lograr el objetivo, no renunciar jamás a realizar su sueño.
Cuando decide rectificar descubre que sus conocimientos de Derecho están ya muy oxidados y ha pasado la ocasión de emprender ese camino. Recuerda entonces que García Márquez estuvo en una situación muy parecida y se entrega, una vez más, con apasionada desesperación a la escritura…
De los diecisiete comentarios que el relato recibió en Mercurio, los resultados fueron los siguientes: doce votos a favor del deseo, cero a favor de la realidad y cinco digresiones. El tono que se repite con ligeras variantes viene a decir: «Natalia, atrévete a desear y tu sueño, sea el que sea, lo verás cumplido». «Me encanta! Ánimo Natalia! Falta muy poco y cuando te descubran… ❤️».
Casi sin excepción los comentaristas dirigen sus opiniones directamente al personaje y no a la autora del texto, cayendo así en la identificación que todos los teóricos de la literatura rechazan y la mayor parte de los lectores asumen. De nada vale que María Cabré Solé haya querido distanciarse de su texto eligiendo para escribirlo la tercera persona y no, como habría podido hacer, la primera. Tampoco sirve de nada que haya incluido varias pinceladas críticas: «La mentecata de Natalia ha ganado vivencias de todo tipo, eso hay que admitirlo, pero no sabe cómo pagará el alquiler del mes siguiente», o bien: «Sigue las palabras de Pavese y de Rilke y de los gurús actuales que insisten en eso de follow your dreams. Porque si de algo se quiere convencer Natalia es de que todo esfuerzo tiene siempre su recompensa». «Entonces la mentecata de Natalia se anima de nuevo, (…) y vuelve a lanzarse a la escritura con una sonrisa, convencida de que, como a todos los grandes, algún día la llamarán».
La realidad y el deseo es, como todo el mundo sabe, el título que Cernuda puso a sus poesías completas. Su potencia contrasta con la impresión de fracaso que suelen dar los títulos de estructura A y B, como si su autor no hubiese logrado encontrar la relación lógica y sintáctica entre dos conceptos y hubiera tenido que resignarse a yuxtaponerlos. Rojo y negro no significa nada, o significa varias cosas, lo que viene a ser lo mismo: solo la potencia de Stendhal como novelista lo ha llenado de significado. Algo similar ocurre con Guerra y paz. Hay excepciones, claro está: Humillados y ofendidos tiene en sí mismo la fuerza de aludir directamente a una experiencia nuclear de la existencia humana. Pero por regla general «A y B» solo indica que no se sabe cuál es el vínculo entre A y B.
Sin embargo, la dicotomía de Cernuda, el relato de Cabré y la reacción, —prácticamente unánime— de sus lectores, nos sitúan ante una de las supersticiones más potentes y peligrosas de la época actual: todo sueño puede ser realizado si se lucha por él con suficiente entusiasmo, no hay límites a la ilusión porque querer es poder, los impulsos del corazón son más importantes que las advertencias del cerebro, nada es imposible para el que no se resigne a fracasar… Hermosísimas consignas cuyo único problema es que olvidan un detalle esencial: la realidad existe. Y, por regla general, la muy puñetera no suele plegarse a nuestros deseos.
De nada sirve querer ser piloto de aviación si uno carga con diez dioptrías en cada ojo. Es difícil ganar una competición de atletismo cuando se arrastra la torpeza física desde la más tierna infancia. No se puede ser campeón de ajedrez si no se tiene capacidad de concentración, ni convertirse en un gran baloncestista si se mide 1,50.
El mayor peligro de las fantasías es que no suelen orientarnos sobre lo que podemos hacer, sino más bien compensar, onírica y falsamente, lo que no hemos logrado hacer. Si se califica las fantasías como «desiderativas» es porque nos permiten realizar imaginariamente los deseos cuya satisfacción nos ha negado la realidad. Nada hay más peligroso que tomarlas como una indicación sobre lo que deberíamos y podríamos hacer… pues lo más probable es que la realidad vuelva a decirnos que no.
Tan arriesgado es obsesionarse con un sueño imposible de realizar como desanimarse ante un objetivo factible. La fantasía descontrolada, igual que la apatía esterilizante, es una fábrica de frustraciones. Cuando se pone toda la fuerza subjetiva en lograr una meta que es objetivamente inalcanzable se entra en una carrera acelerada que solo puede terminar con el choque contra un muro.
La nefasta superstición contemporánea según la cual no se puede evaluar ni diferenciar a los alumnos, unida a la que considera todo sueño realizable al margen de los obstáculos que puedan impedirlo, da lugar a un cocktail tan insensato como apetecible y dañino para el que lo beba. Incluso la tópica «sabiduría popular» advierte que antes de tirarse a una piscina conviene averiguar si tiene agua. Y también es conveniente recordar si previamente se ha aprendido a nadar.